domingo, 10 de marzo de 2013

[A modo de cartas] Señora mía

Fecha de creación: 11/03/2013
Nota del autor: Este relato, valiéndose de su naturaleza y forma, contara con una segunda carta como respuesta. Ésta será realizada por una joven escritora cuyo seudónimo es Tangoth. 


Señora mía, 



Usted, como podría yo jurar, no sabe de mí sino la autoría que tengo sobre esta carta. Aunque puede que haya sentido esta brisa filosa que me rodea y que llena cada rincón de donde quiera que me encuentre. Ciertamente es una pena lo poco que me conoce; ¡sabiendo tanto yo de usted, y usted tan poco de mí! No la culpo. ¿Cómo podría hacerlo? La conozco y sé que como este servidor es usted  capaz de leer las almas como a una guía turística, pero aun así su propia alma no le permite darse ese lujo superfluo. Señora mía, es usted un ser dolido, es usted del mar y del cielo, bajo la misma piel,  sirena engañada y ángel caído.

A pesar de todo no me atrevería a compadecerla. Su belleza triste es una epifanía de la vida, su dolor el predominante tono de pintura que la hace excepcional.  Discúlpeme si la indispongo con tantos halagos, pero usted los merece todos, además esta mano de poeta improvisado hace muchas madrugadas dejó de obedecerme.

Usted se conoce a sí misma más de lo que lo haría cualquier otra persona. Así que sería una tontería querer hablarle sobre usted. Pero, ¿querrá usted conocer mi historia, y con ella conocer a ese hombre encallado en el tiempo que soy yo? Me arriesgare a suponer que sí.

Mi mayor historia empieza como cualquier otra, en una época en que todo parecía ir bien. El futuro se me abría como una calle limpia. Nada perturbaba ninguna parte de mi vida. Pero como sabe bien el futuro, como lo son los recuerdos, es traicionero; no hay manera de controlarlo.

En mi historia, para mi desventura, soy el protagonista. Había decidido abrazar al arte, llevar esta vida con el único fin de trascender en el tiempo; en algún momento realmente creí ser un ser superior, con un destino ya trazado y una existencia que no tenia otra marca sino la de la grandeza. En ese entonces amaba la vida.

Antes, siéndole tan sincero como deseó, era yo toda la ejemplificación de la estupidez; bastó que una sola mujer entrara en mi vida para que le permitiera destrozar todo cuanto era yo, o al menos lo que creía ser. A decir verdad, ella es la única mujer de importancia que habita mi pasado, exceptuando a la santa viva que era mi Madre.

Recuerdo que las paredes empezaron a hacerse moronas en un Abril. Pensaba en ese entonces que era ella la mujer de mi vida, pues me daba toda la inspiración y plasticidad que quería en mi obra; en ningún otro momento, ni antes ni después, se movieron los pinceles en mis manos con tanta gracia y belleza que en esos meses. Era feliz.

Ninguna cosa es eterna, hasta el Dios que nos dieron a conocer en nuestra niñez, en algún momento impreciso, desapareció. Esa mujer despertó una mañana habiendo decidido que yo no era digno de ella; había descubierto la pobreza de mi alma artística. Creo que no soportó la certidumbre de estar junto a un hombre común, no soportó amar, porque me amaba a pesar de todo, a alguien sin un ápice de excepcionalidad en su destino, y, sobre todo, no soportó la marca del fracaso en mi frente. No la culpo tampoco, ella huyó para su propio bien;  gracias a ello, según escuche años después, se logró convertir en toda una condesa. Pero a pesar de que ella hizo lo correcto, mi corazón no pudo hacer otra cosa que desplomarse sobre sí mismo. Ella me hizo ver por primera vez lo que yo era en realidad, y sobre todo lo que nunca llegaría a ser.

Jamás tome entre mis dedos de nuevo un pincel o un carboncillo; creo que incluso ya olvide como utilizarlos, y me alegra. ¿Conoce, usted, el horror de descubrir que ha dirigido su vida entera a un callejón sin salida y sin retorno? No hay manera de recuperar el tiempo perdido ni el alma gastada. No hubo ni encontré luego ganas de vivir. Rechace cualquier cosa que significara continuar, no había razón alguna para hacerlo. Yo… Señora Mía, me resigne a ser participe de la sociedad; me convertí en un engranaje más,  en un hombre común –Porque al fin de cuentas es todo lo que soy–, de los que simplemente trabajan, gastan dinero, y pasan sus años en distracciones mundanas, sin tener jamás ninguna aspiración superior. No quiero que pierda de vista eso sobre mí: soy, a pesar de mis nociones y sueños perdidos, un hombre común, y, peor aún, un hombre que sólo existe pues vivir requiere más de lo que deseó dar.

Creo que se preguntara por qué no sucumbí a un final trágico e, incluso, más digno que la patética resignación. Y yo por mi parte desearía preguntarle lo mismo: ¿por qué no sucumbió usted  a esa tragedia suya, la cual por cierto desconozco en detalle? En mi caso, pensar en el suicidio me hizo odiarme aun más, me hizo verme como un hombre que ni siquiera es capaz de aceptar su mala fortuna. Porque a pesar de todo, por sobre cualquier religión, ideología o patria, yo conservó mi dignidad a toda costa.



¿Desde hace cuándo visita usted este café? En mi caso, desde hace seis semanas. No suelo frecuentar ningún lugar, con la excepción de la diminuta oficina de mi trabajo donde degolló muchas horas de mis días; pero aquella mañana en que el dueño de este lugar me vio entrar por primera vez, y yo sentí esa subjetiva belleza suya, no me he atrevido a dejar de regresar un solo día. No ha habido contratiempo ni ocupación inútil que me haya impedido guiar mis pasos hasta este lugar. El café no es de los mejores, el frio de las actuales nevadas se filtra por las paredes, y su dueño es grotesco, pero por alguna razón usted abandonó el agua o cualquier otro liquido para, únicamente, saciar su sed con el café amargo de este lugar; algo, tal vez la simple indiferencia hacia su entorno,  la sujeta a estas paredes añejas.


Única entre el mundo entero, celestial existencia, es usted del ruido de la sociedad el más brillante lucero. 



Pero qué es lo que este hombre quiere, se preguntara, señora mía, seguramente. Y ciertamente solo son dos razones las que alientan esta tarde mi pluma; una ellas ya está expuesta en este papel: contarle mí historia, y la segunda es hacerle una propuesta. No la propuesta de su vida, sino, quiero pensar que es así, la más grande del final de sus días. Quiero proponerle salvación. Usted merece mejor suerte que la que le han impuesto, usted no merece oxidarse en la desmoralizante soledad en espera de la muerte. Tal vez yo tampoco merezca eso, pero a falta de una mejor opción lo prefiero. Amo escucharme a mí mismo, amo saberme ajeno del mundo y existir exiliado en mi mente. Pero, en cuanto a usted, quisiera verla con algo mejor; es así, como tan humildemente me es posible, que quiero rendirme a sus pies, y darle a conocer que si así lo desea podemos compartir nuestros pasados, nuestras penas y nuestras soledades.  Contradigamos la línea que nos ha impuesto la vida, o aquella a la que decidimos perecer.

¿De qué manera leerá, usted, esto? No la he visto leer cosa 
alguna; no sé si acaso se da el tiempo de degustar cada silaba y tilde, o si engulle oraciones y párrafos con hambre existencial; ¿prefiere usted sentir lo que late tras la tinta o simplemente se limita a conocer la historia con interés científico? Espero poder admirarla mientras sus ojos pasan sobre mi indigna caligrafía, eso alegrara un poco el mundo. Y si acaso levanta su vista e intenta encontrarme entre los demás comensales de éste café, me alegrara saber que causó en usted aunque sea un poco de curiosidad.

Espero que me de la dicha de recibir respuesta suya. Un par de líneas, aunque no responda a ninguna de mis preguntas, me bastaran,  



Con amor derrotado, y suyo de la manera y el tiempo que 
desee,



Abrenuncio Bonaventura.





Juan Pablo Guzmán, colombiano.