miércoles, 25 de septiembre de 2013

La captura del demonio.

Fecha de creación: 24/04/2013



La captura del demonio. 


Ella había escuchado de él, como todos. La radio se encendió un buen día y, cuando se daba la lucha perdida, se escuchó aquel anuncio que trajo consigo esperanza. Su aldea se llenó de júbilo. La gente volvió a soñar con el mundo de antes.   

Una mañana, la cual ella aun no sabía si llamar trágica o no, le ordenaron cuidar de aquel demonio del que tanto temían. Estaba condenada a ser su enfermera; a él no se le podía dar muerte ni había prisión que le contuviera, pero tenia una mente y los seres humanos recurrieron a una practica que habían aprendido y dejado de lado hacia años. El demonio olvidó quién era, olvidó el porqué de su existencia y, sobre todo, olvido su sed de muerte y destrucción. 


Ella le aborrecía, pero día tras día y al pasar los años, aunque quiso evitarlo, le tomó cariño a su aparente pureza e inmarchitable juventud. Ella tenía que encargarse de mantenerle drogado, sanar las constantes heridas de su cuerpo humano y rezarle mientras dormía. 


Él no recordaba nada de sí mismo, mas, sorprendentemente, conocía de memoria cientos de poemas y cuentos que le solía relatar a ella a la par de las tardes color naranja.  Poemas y cuentos que, en esa apocalíptica realidad donde el horror provocado por los seguidores del desaparecido demonio cubría el mundo,  apenas podían sobrevivir de esa manera, en la memoria de algunos. Escuchar su voz, durante las pocas horas que su enfermedad provocada le permitía estar despierto, era escuchar tocar las liras del cielo.


La fatídica tarde, en el interior del cuarto donde el demonio dormía, ella, arrodillada junto a él,  pasaba las cuentas de su rosario una y otra vez intentando concentrarse en la oración, pero era inútil. No soporta la incertidumbre de no saber que sentía. Se perdía mirándolo; el inconsciente joven era perfectamente hermoso.  A ella le parecía un ángel con sus ojos azules, su cabello oscuro, su piel intachable y su respiración inocente. Se preguntaba qué era aquello que esperaba, qué deseaba dentro de sí misma que sucediera. Era imposible. Pero ella lo amaba, lo sabía, y le gustaba imaginarse que él también la amaba. ¿Y si todas las oraciones que diariamente elevaban por él surtían efecto algún día y desaparecía permanentemente el demonio? Esa pregunta era un clavo atravesado en su corazón. 


De repente, un estallido seco retumbó por toda la aldea; el humo de una bomba cubrió el cielo. La peste los había alcanzado.  En el momento en que ella quiso despertar al enfermo, un repentino ataque de asma le obligó a él a sentarse sobre su cama en busca del aire perdido. Tras unos segundos luchando, cayó muerto. Ella agitaba su inerte cuerpo desesperadamente intentando hacerlo reaccionar. Pero su amor imposible nunca regresó. Pues cuando el joven abrió los ojos, levantándose en el aire, extendiendo unas oscuras alas y dando un horripilante grito, la asesinó. Sus invisibles garras le atravesaron el pecho, dejando corazón y alma hechos añicos. 




Juan Pablo Guzmán, colombiano.