jueves, 12 de junio de 2014

A modo de conclusión.

Fecha de creación: 12/06/2014


A modo de conclusión. 


Hoy desperté preguntándome a qué se dedica usted cuando, como en estos días, no hay mucho qué hacer, cuando las clases toman un receso y cuando la mayoría de cosas del mundo no le agobian.  Creo que leer no le apasiona, tampoco hacer deporte. Le gusta  la música, eso lo recuerdo bien, pero también recuerdo que suele  escucharla  todo el día y por ello eso no es algo que cuente como respuesta. ¿Estudiará más,  aún cuando se supone que debe descansar de hacerlo? ¿Viajara? Sus padres le suelen llevan a ciudades vecinas, lo sé porque alguna vez me invitó usted a uno de esos viajes. No pude ir como bien sabe; en su momento me entristeció la imposibilidad de viajar pero, ahora,  me alegro de ello: no tengo que superar más recuerdos de los que ya he superado. Hoy desperté preguntándome por usted, y todo porque hoy es uno de esos días dónde todo usted, o más bien lo que usted fue, se me viene encima como una nube de concreto. Me estuve preguntando qué suele hacer en estos tiempos de descanso que se avecinan, y lo hice porque recordé que el único tiempo de esos que transcurrió mientras estuvimos juntos usted lo usó para sacarme de su vida, para extirparme, para ignorar con gran maestría mi existencia. 

Yo creí que nunca hablaría de usted de nuevo, que nunca habría otra vez un momento que dedicará yo a recordarle pero al parecer creí mal y, ahora, me doy cuenta que me es necesario hacerlo una última vez; y sí, le trato de “usted”, con todos los formalismos posibles porque uno trata con formalismos a los desconocidos, y usted es un entero y verdadero desconocido para mí. Creo que a quien yo amé murió hace tiempo, en ese último beso que nos dimos frente a una multitud una noche en noviembre. Yo sé que usted se parece mucho a quien yo quise, pero usted no es sino un cascaron vació de ese quien por quien yo hubiera dado… ¡Todo si me lo hubiera pedido! 

Yo no sé en qué momento todo se vino abajo; todo marchaba bien entre nosotros dos, yo soñaba con usted mucho, le sentía muy cerca aunque viviéramos lejos y durmiéramos separados,  y de repente, de un momento a otro, me vi gritándole al vacío. Usted simplemente desapareció; nunca llamaba, nunca respondía nada, nunca volvió a aparecer y lo más asombroso de todo es que se dio un enorme ingenio, el cual nunca supe que poseía, para hacerme entender que aunque yo fuese a su casa y me parara frente a su puerta usted seguría sin contestar nada y con la misma fría indiferencia hacia mí y nuestros recuerdos compartidos.  Y  todo tan rápido que yo no llegué a prever nada; y tan inesperado, pues siempre pensé que éramos de esos que a pesar del mundo volvían, una y otra vez, a estar juntos. Eso lo pensé mucho: muchos días esperé, ilusionado, encontrarle al voltear una calle o esperándome a la salida de la universidad, esperas inútiles y ruegos vergonzosos que me mostraron lo patético que puedo llegar a ser. Yo hoy no volvería con usted, usted puede morirse y a mí no me apenaría. Es tan duro decirlo, que me hace pensar que lo digo lleno de rabia y sin detenerme a pensarlo… Ojala fuera así.

No pretendo preguntarle nada, no por molestarlo a que me responda sino porque temo que sus respuestas me dejen aún más decepcionado; tampoco pretendo recriminarle, aunque yo tuviera todo el derecho, porque eso ahora no sirve de nada. Sus razones ya me tienen sin cuidado, saber los porqués y las escusas, para mí, vendría siendo como dar de beber al cadáver putrefacto. Yo sólo quiero decir cosas sin otra intención que intentar sacrificar mis demonios para formar, con sus cuerpos, las palabras: necesito cortar con esto de una buena vez. Ya he superado lo más difícil: yo ya he me edificado partiendo de los escombros, y créame cuando le digo que sufrí mucho pero créame también cuando le digo que luego de su funeral la vida me ha quedado más despejada… Yo me humillé tanto por usted, y eso es lo que menos perdono a mí mismo: el haberme enajenado tanto por nada. 

Y, ahora,  me quedo callado, sorprendido, al notar que no tengo más que decir. Con esto le dejo definidamente, sin negarle que guardaré los buenos recuerdos en una parte de mí.  Yo no le debo nada, usted no me debe nada. Por todo y a pesar de todo, gracias. Espero que le siga yendo bien, espero que siga de ese lado donde no duele porque si usted se pasa al lado en el que me dejó, bueno, aquí no se la pasa uno tan bien. Aunque al fin de cuentas,  luego de la incredulidad, luego de la rabia y el dolor, luego de la decepción que queda frente a la vida, luego de decir un montón de cosas sin ánimo de recriminar sino queriendo matar demonios, uno sigue ahí, con ganas de vivir y preguntándose cosas  inútiles como qué hará la gente cuando no hay clases, cuando son jóvenes,  y, a diferencia de los adultos,  el mundo no les agobia.  



Juan Pablo Guzmán, colombiano.



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